La Reconciliación

La Reconciliación

El día de la primera confesión incide mucho en la vida de un niño. Más que el catequista o la catequista, deben ser los papás, quienes ayuden a su hijo a preparar la primera confesión. Con intuición, deben saber sugerirle al niño qué debe decir; casi, concretamente, indicarle qué pecados acusar. También, con tino, deben evitarle al niño todo escrúpulo que pueda perturbar su conciencia. Este momento, en la vida del  niño, se descuida mucho por parte de los papás. Están ocupados en mil cosas. Se les olvida lo importante que es el alma, "la psique", de su hijo. ¿De qué le sirve tener muchas, cosas, si tiene un alma perturbada?

El niño debe, previamente, haber aprendido en la oración familiar, cómo se pide perdón a Dios, con humildad, con sencillez, con fe. El niño debe estar acostumbrado a ver a sus papás hincarse en el confesionario con naturalidad. ¡Muchos niños nunca han visto a sus papás confesarse!

Al niño pequeño, confesarse no le cuesta mayor cosa. Hasta es una novedad ansiada. Pero llega luego la adolescencia, la juventud. El paso delicado. Si los adolescentes y jóvenes no ven a sus padres frecuentar el Sacramento de la Reconciliación, van a tener un buen pretexto para no acudir a ese sacramento. Casi se sentirán apoyados por sus padres para no "confesarse".


¡Qué difícil para los padres aconsejar a sus hijos jóvenes la confesión, si ellos mismos no la practican!

Toda familia tiene sus momentos de tensión, de choque, de enojo. De infidelidad. La "confesión" es la gran oportunidad familiar para reconciliarse con Dios. Y cuando nos hemos reconciliado con Dios, necesariamente, tenemos que reconciliarnos con los demás; en primer lugar con los miembros de nuestra familia.

Los de la familia de Babel se apartaron de Dios; perdieron su bendición. No se reconciliaron con su Señor. Toda familia, a veces, se llega a convertir en una pequeña Babel. La "confesión" sacramental es la gran oportunidad que Dios concede para regalar su perdón y para que retorne su bendición que había escapado del hogar. No puede faltar este Sacramento en toda la familia cristiana, sobre todo, en los momentos litúrgicos más fuertes del año.

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